Desde el origen se considera al “cuidado” como un acto propio del ser humano. Históricamente, se lo ha vinculado con las prácticas del cuidado cotidiano, desarrollado por la mujer en el hogar con sus hijos, con su esposo, con el resto de su entorno y con ellas mismas.
Etimológicamente, proviene del término “cuidare/curare”. En sí la palabra cuidado puede tener diversos significados en nuestro idioma. El más popular representa un aviso ante un peligro inminente. Es una de las palabras que primero aprende un niño y luego, ya de adultos, la utilizamos de diferentes formas durante toda la vida. En un aspecto más amplio y menos relacionado a la vida cotidiana, es el que se utiliza dentro del campo de la salud. De sus profesionales se exige que no sólo cuiden sino que curen. La cura o recuperación de la salud abarca toda la vida humana, no solo el cuerpo sino también la mente.
El filósofo Aristóteles debatió sobre el término “cuidado”, e hizo de la cura un concepto que hoy interpretamos como delicadeza, respeto por todo aquello que nos rodea, receptividad y atención en nuestra limitada humanidad a lo que somos. Cuando empleamos la frase “sentido de la vida”, se quiere decir que deseamos valorarnos, comprendernos, entender nuestro existir. Desde ya que no hay “cuidado” más trascendental que el que tiene relación con el sentido que le demos a nuestras acciones, es decir, a aquello que merece la pena o no vivir. Es así como vamos construyendo nuestra biografía y comprendiendo quienes somos, en suma, el “cuidado” con el que nos tratamos (MARTIN 2015).
La acción de cuidar es una actividad humana que en sí misma tiene un componente no profesional. Desde este punto de vista se entiende que hay un “cuidado formal” que es aquel que proporcionan los profesionales de la Enfermería, y un cuidado informal o familiar, que es el que brindan los familiares, allegados y amigos. Si bien se puede expresar dos tipos de cuidados bien definidos, el límite entre ambos cada vez es más borroso. En ambos casos, cuidar se define no solo como un proceso, sino también como una relación.
El objetivo del cuidar va más allá de la enfermedad. Se interpreta que cuidar es todo lo que ayuda a vivir y por otra parte, permite existir. El cuidado conecta al que cuida con quien es cuidado. Desde este punto de vista, la importancia radica en la presencia, más que en la competencia técnica. Esta relación se constituye por una disposición genuina para con el otro, promoviendo su bienestar con reciprocidad y compromiso.
Para la enfermería la gestión del cuidado tiene un eje fundamental en su praxis diaria. Pese a ésta afirmación, es increíble ver cómo el cuidado, en el momento apropiado y dentro del acompañamiento profesional, se va deslizando de las manos de la enfermería para ubicarse, a veces exclusivamente, en ciertos pacientes con patologías crónicas, en las manos de sus familiares o amigos; produciéndose con naturalidad y responsabilidad. Este hecho destaca que hoy en día el cuidado se está convirtiendo cada vez más, con mayor peso y relevancia, en un asunto familiar.
La evidencia científica, basada en estudios de investigación, demuestra que los cuidadores familiares requieren de un apoyo no solo en lo técnico, sino también en lo emocional y no meros instrumentos de cuidado. Es aquí donde el profesional de enfermería tiene la “responsabilidad” de preparar y apoyar al cuidador para que pueda saber manejar las distintas etapas de afrontamiento de la enfermedad y los cambios que puedan suceder, anticipándose así a las crisis, y no lo encuentre desprevenido. Enfermería, tiene un papel fundamental en el desarrollo de quien cuida, en razón de la cercanía y de sus conocimientos (BENJUMEA. 2007).
Enfermería se desempeña en los distintos servicios asistenciales y en los diferentes niveles de atención de salud y si bien, como expresamos, tiene como responsabilidad primaria, brindar cuidados enfermeros, éstos están ligados estrechamente con la educación para la salud que facilite el desarrollo capacidades y conocimiento para el autocuidado de sus pacientes, como en las familias y cuidadores en general a fin de aumentar la autoeficacia en el cuidado.
El Consejo Internacional de Enfermería (CIE) describe que el rol de la profesión “abarca el cuidado autónomo y colaborativo de individuos de todas las edades, familias, grupos y comunidades, y en todos los entornos”. Esto incluye la promoción de la salud, la prevención de enfermedades, como así también el cuidado de personas enfermas, discapacitadas y moribundas. A fin de asumir esta responsabilidad, el profesional de enfermería participa en la entrega de cuidados de la salud a nivel práctico, llevando a cabo la enseñanza de cuidado de la salud. Posee las competencias claves para la prestación de servicios y la gestión del cuidado, realizando acciones para actuar en las persona, en la familia y en la comunidad, a fin de que puedan llegar a adoptar estilos de vida saludables, permitiéndoles acceder a información pertinente con el objeto de que consigan una salud óptima o la rehabilitación necesaria. La educación del paciente y la familia para facilitar el accionar del cuidador es una función esencial en la práctica de enfermería, considerándolo como un proceso dinámico y continuo, incluyendo comportamientos de autocuidado.
Enfermería es el grupo de profesionales más grande del equipo de salud, que provee cuidados de vanguardia y pasa el mayor tiempo de su función no solo con los pacientes, sino también con sus familias. En este extenso contacto se presenta una excelente oportunidad para otorgar educación al paciente, la familia y su entorno (cuidadores). Por esta razón, la educación se considera como una parte integral y fundamental de la calidad de la atención de enfermería. Esto implica el desarrollo de programas educativos en el cuidado de la salud que incluya conocimientos, habilidades, destrezas y motivación, no solo para promover, sino también para mantener la salud, en el contexto de su propia realidad (SOTO, et al. 2018).
San Juan de Dios ha desarrollado una cultura de los cuidados, que aún hoy sigue siendo un ejemplo de sensibilidad y que se materializa a través de la calidad de la atención de enfermería. El santo fundador de la Orden Hospitalaria ha innovado en la manera de cuidar, ya sea a nivel asistencial como desde la organización. Separó a los enfermos por dolencias y los asistió de manera integral, asegurándose de darle el apoyo necesario, tanto físico, como psíquico, social y espiritual. San Juan de Dios siempre se preocupaba por el prójimo y le daba acogida, es decir, brindaba hospitalidad, el valor principal de la Orden.
En el modelo de atención juandediano se individualizan cuatro fenómenos que son núcleos de la ciencia enfermera: el cuidado, la persona, la salud y su entorno; así también ya por entonces definió las diferentes áreas o funciones profesionales: la clínica o asistencial, la docencia, la gestión de cuidados y la administración (VENTOSA ESQUINALDO. 2015).
Los valores de la Orden Hospitalaria – hospitalidad, respeto, calidad, espiritualidad y responsabilidad- aplicados a la asistencia del paciente, pero por sobre todas las cosas a su familia y su entorno, se considera esencial para práctica del cuidado humanizado, dando acogida a quien necesita de nosotros. Esta acogida se da con el respeto total a la cultura, creencias, estilos de vida.
La enfermería juandediana, respeta y está atenta a todas las diferencias culturales, patrones de conducta, estilos de vida y costumbres de cada uno de los pacientes y cuidadores que asisten.
Una característica fundamental del profesional de enfermería juandediano es que desde sus orígenes ha trabajado con el entorno del paciente, con quienes los cuidan, valorado los diferentes aspectos de la comunicación, cuidando la empatía, esforzándose por mantener un escucha activa y participativa, buscando una relación positiva que le posibiliten conocer los problemas, las causas de enfermedad, los tipos de tratamientos, los cuidados a realizar al enfermo, las necesidades de salud y, de esta forma, poder decidir sobre ellas. El diálogo permanente le ayuda a desarrollar su actividad educativa y asistencial para poder realizar procesos de promoción de la salud y prevención de la enfermedad eficaces (RODRÍGUEZ PERALES. Et al. 2004).
En la Casa Hospital San Juan de Dios de Ramos Mejía, el personal de enfermería trabaja continuamente con cada paciente y su entorno, siendo el nexo unión entre ellos y el resto del equipo de salud. Su constante y permanente contacto durante la administración de los cuidados enfermeros permite en todo momento poder detectar cualquier situación que dé indicio de la necesidad de apoyo; ese apoyo que va más allá del mero tratamiento medicamentoso. Es aquí cuando la línea interdisciplinaria dentro del equipo se hace indivisible y el acompañamiento de la Pastoral permite darles a quienes lo necesitan las herramientas espirituales para afrontar las difíciles situaciones de angustia o dolor. Este accionar es una responsabilidad primordial para nuestros enfermeros juandedianos, marcando así la diferencia de quienes nos comprometemos día a día llevar adelante lo que el fundador de la Orden inició hace tantos años, haciendo que quienes cuidan puedan sentir que no están solos.
Quienes integran la profesión de enfermería tienen frente a sí un gran desafío: abrir espacio a los cuidadores, integrarlos, apoyarlos y respetarlos. Las posibilidades del cuidado provienen justamente de los desafíos que nos plantea el cuidado del otro.